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-¡Los dolores muchas veces no merecen ser expresados!- pensaba mientras caminaba hacia la zona de tortura. -¡Quizás hoy será el día en que de una vez por todas acaben con mi espíritu! como hicieron con ese joven aquél día-. Se sentó y notó esa mirada de arrogancia de quienes han salido airosos de los castigos; éstos, henchidos de elogios, flotan por encima del hombro de los ciudadanos comunes que aún sueñan con ser grandes hombres. Subió ligeramente la mirada hacia el reloj que yacía en la pared, sus agujas rompían con sorna y perversión el tiempo que se detenía maliciosamente. - ¡Coño! ¿Por qué me gusta tanto esta vaina?, Si no fuera por el placer intermitente, no estaría aquí.- y no solo pensó en eso, también maldijo su suerte y contó los obstáculos que se han presentado en su camino. El tiempo era cruel con ella, se materializaba en tedio y falta de voluntad. Miraba a su alrededor y nadie más sufría lo que ella sufría.
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Así fueron transcurriendo los años y las torturas aumentaron enormemente, hasta reducir su cerebro a la nada. Ya casi no podía generar pensamiento alguno, era una especie de autómata, pero con ligera conciencia, que es peor. Y así transcurrieron sus días, frente al espejo insistente, que era su realidad, frente a la hoja en blanco que se burlaba de su incapacidad.
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