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La enfermedad de la que les hablo es un huésped mal agradecido que con el pasar del tiempo acaba con su anfitrión. Otra hipótesis sobre su origen propone que se originó con la política de este país, esa que lo alimentó bastante durante los últimos 15 años. Desde entonces el caos se ha vuelto pan nuestro de cada día y es como el cafecito de las mañanas, lo primero que saboreamos al levantarnos. Un profesor un día nos dijo -¿Ustedes creen que el apocalipsis viene en camino?, ¿no se dan cuenta que se instaló desde hace rato?- y es verdad, cada día que transcurre me confirma que vivimos en un apocalipsis perenne. El infierno dejó de estar en el subsuelo desde hace varios años y emergió con sorna.
La sociedad (o debo decir, la suciedad) en la que vivo tiene algo de diabólica, de ridícula; la enfermedad la ha insensibilizado, lo increíble es la realidad y lo sensato es lo inverosímil. El ciudadano promedio vive una disyuntiva diaria, no sabe si reir o llorar pero prefiere reir para que el dolor no golpee tan fuerte. Una bestia deforme controla los poderes, y sus tentáculos son infinitos, tejió una enredadera donde el principio el fin son indeterminables. La enfermedad te ata los pies y no te deja caminar, su invisibilidad es su punto fuerte y no sabes cómo atacarla, creo que hay que rendirse, buscar otros horizontes. Si de algo nos sirve vivir en esta sociedad es para aprender a diferenciar entre los distintos tipos de mierda y también que unas son mejores que otras.
El caos me llama y no puedo continuar escribiendo estas líneas que muchos ignorarán porque la enfermedad ya los ha contaminado por completo, sin embargo continúo pensando en cuándo retornaré a mi refugio de la soledad, donde la única decepción será mi propia existencia, al menos ese es un gran consuelo del que me apego diariamente.
El caos me llama y no puedo continuar escribiendo estas líneas que muchos ignorarán porque la enfermedad ya los ha contaminado por completo, sin embargo continúo pensando en cuándo retornaré a mi refugio de la soledad, donde la única decepción será mi propia existencia, al menos ese es un gran consuelo del que me apego diariamente.
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